Las
bulliciosas gaviotas manchan de blanco la superficie del río. En el
agua, los últimos salmones nadan a contracorriente y, el paisaje está
salpicado de osos grizzly que se afanan en pescarlos.
Una
madre y sus dos simpáticos oseznos esperan pacientes la oportunidad de
entrar en el río, cuando lo logran, la hembra demuestra su gran espíritu
materno, cediendo a los pequeños parte de su captura; mientras ellos
chapotean tras los salmones, fracasando en el intento.
Dos
osos pelean distraídamente, sin percatarse de que, en breves momentos,
la presencia de otro oso más corpulento convertirá en inútil el empeño
que ambos están poniendo, por hacerse dueños de la mejor área de pesca.
Osos
jóvenes corren de aquí para allá, el agua los baña al golpearla. Se
zambullen, con frecuencia los salmones se resbalan entre sus zarpas,
salen chorreando, el juego prosigue.
Los
más longevos esperan en la orilla, mueven la cabeza de un lado a otro,
aunque parecen distraídos, observando el fondo del río y, únicamente,
cuando suena la alarma, se sumergen en el agua. Casi siempre, la ruleta
de la fortuna está de su lado.
La sensación que abrigo es impresionante, similar a las que contaba en sus grabaciones el ecologista Timothy Treadwell,
el ser atormentado que huyó de una sociedad en la que no encajaba, el
“Grizzly man” que convivió y filmó a los osos durante más de una década;
pero sin ese punto de ofuscación que le condujo a morir entre las
zarpas de uno de ellos.
En
algunos momentos del día estoy rodeada de osos pero, siempre existe una
frontera invisible que nos separa. Me ignoran, solamente los más
pequeños miran de vez en cuando con curiosidad y prosiguen con su juego.
Todos
mis sentidos se agudizan, el deseo de acariciarlos es contenido por la
sensación de peligro, no olvido que por algún motivo su nombre biológico
es horrible oso del norte. El visado para cruzar esa frontera nunca se
debería conceder.
Cuando
la marea sube, nos desplazamos río arriba; poco después ellos acuden
por el agua, por la orilla de enfrente; acuden por nuestra espalda, si
aparecen entre las hierbas, a nuestro lado, retroceden y se alejan
buscando otro camino para entrar en el río.
Las horas han pasado rápido, el día termina y desandamos el camino hasta llegar al hidroavión.
Son unas fotos preciosas y tuvo que ser una experiencia muy excitante, la emoción de sentirlos tan cerca y tan poderosos, y el miedo de lo mismo, de lo mismo.
ResponderEliminarEcho en falta el detalle de una zarpa con la que pueden acariciar a quienes se les acerquen.
Muy chulas!!! me encantan las de los ositos!! parecen de peluche!!! jejeje
ResponderEliminarAitor
Son preciosas Amparo,que maravilla tenerlos tan cerca y poderlos observar tan bien.Vuestro sentimiento habra sido de miedo a la vez de alegria.Vuelvo a decirlo preciosas.
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