TREN A LHASA

 
UN BILLETE PARA LHASA.
Un suave balanceo me despierta en plena noche, no sitúo dónde me encuentro, de forma soñolienta comparecen los recuerdos. Estoy durmiendo en una litera de tren, camino a Lhasa. Es noche cerrada; en el compartimento viajo con tres amigos y una pareja de jóvenes chinos.
 Mentalmente ubico donde duermen mis compañeros de viaje. Un leve sonido de su respiración, los ronquidos de alguien que duerme en el compartimento contiguo al nuestro y  el lento deslizar del tren, rompen el silencio de la noche. Estoy en la litera central, desde ella pretendo mirar el exterior desde la ventana pero la  obscuridad lo oculta.
Entre los pequeños ruidos que rompen el silencio, distingo el de un escape de gas; es la entrada de oxígeno por unos orificios que ayer descubrí al lado de la cabecera, su ruido me tranquiliza, sé que el oxígeno adicional impedirá en gran parte hospedar el mal de altura. La tarde anterior, la azafata de nuestro vagón nos ha pasado un cuestionario que hemos tenido que firmar. En él, aseguramos no padecer enfermedades cardiacas y otros males que pudieran verse acusados por la altitud. Recapacito y me pregunto si no era ya demasiado tarde para tal cuestionario.

Ayer, a las 15:55 tomamos este tren en Xining. Tras una larga espera para conseguir billetes en una estación de moderna arquitectura y repleta de pasajeros que esperan pacientemente la llegada del convoy.
La ciudad de Xining está al este de China, situada en el límite oriental de la planicie de Qinghai-Tíbet y en el margen del río Huangshui. Para nosotros fue un lugar de descanso antes de emprender el viaje en ferrocarril; punto de enlace entre Chengdú, donde habíamos aterrizado, y Lhasa, nuestro destino.
 El pretexto de nuestro viaje es engarzar en una misma ruta los principales monasterios de la secta Gelup (los monjes del gorro amarillo) La tradición Gelup hace hincapié en el estudio como un requisito previo para la meditación constructiva, por lo tanto, las enseñanzas están sujetas a un riguroso análisis a través del debate dialéctico, como pudimos comprobar más tarde en el monasterio de Sera.
En la provincia de Ganzsú ya hemos visitado Labrang. Situado en las estribaciones de la meseta del Tíbet, éste es el principal monasterio lamaísta fuera del Tíbet. Lo hemos escudriñando hasta los últimos rincones. Caminamos la Cora menor y la que circunvala  todo el monasterio, a modo de ritual en el inicio de nuestra ruta.
En un viaje anterior a China me fue denegado el visado para poder llegar hasta allí, fue el año en que Pekín  celebraba los juegos Olímpicos; las revueltas de los monjes pidiendo libertad para el Tíbet motivaron que el gobierno de Pekín cerrase la zona a todos los extranjeros. Conocer Labrang me hace soñar con las maravillas que aún me quedan por descubrir en este periplo.
Continuo despierta, viajo en el  expreso al Tíbet, lo llaman Camino al Cielo, bien merecido tiene su apodo. El primer tren al Tíbet, inaugurado en Julio del 2006 por China, atraviesa un auténtico paraíso de montañas heladas. El hijo del Dragón Rojo se desliza perezosamente por los raíles zigzagueando y tomando altura; un altímetro digital a los dos extremos del vagón va aumentando las cifras constantemente. En su punto más elevado, en los montes tibetanos de Tanggula, una de las grandes barreras naturales del Tíbet, alcanzaremos los 5072 metros, 255 más que el tren andino de Perú, lo que lo convierte en el ferrocarril más alto del mundo.
El práctico acceso que supone la creación de estas líneas férreas ha significado para China, la mayor mejora  en la comunicación, el comercio, repoblación, control y explotación de las riquezas del pueblo tibetano. Este tren puede ser la clave para sacar al Tíbet de su ancestral forma de vida pero, supone la entrada masiva de turistas, yo una más de ellos, que podemos ser un duro golpe para la cultura e identidad local, ya muy dañada por la represión China; espero que entre todos no provoquemos reducir su espiritualidad al ámbito folclórico. Mis sentimientos se contraponen.
La litera es dura. En el tren hay un vagón con literas blandas pero nos ha sido imposible conseguirlas; parece ser que esos billetes ya están reservados con mucha antelación o se venden en el mercado negro. Conseguimos pasajes de cama dura y en diferentes compartimentos, después de un pequeño soborno y cierto revuelo en el vagón, logramos que otros pasajeros se reagrupasen y poder viajar juntos.
No reconcilio el sueño, siento un vacío en el estómago, ayer cenamos muy temprano. En Xining nos habíamos aprovisionado de las vituallas necesarias para las veinticuatro horas que dura el viaje. Unos botes que contienen fideos, vegetales deshidratados y especias, con el cubierto de plástico incluido en su interior, son un buen elemento para salvar estás situaciones. En todos los vagones hay un grifo de agua hirviendo, después de llenar el tarro lo dejamos reposar un rato y podemos cenar un apetitoso plato caliente. Mientras cenamos, desde el pasillo nos llega un seductor olor a rica comida, una camarera  pasa arrastrando un carrito y nos  ofrece, a un módico precio, pollo asado, zumos y galletas. Sabíamos de su existencia y también que el tren tiene restaurante pero no queríamos arriesgarnos a no llevar nuestros propios víveres ya que en algunas ocasiones  el suministro se agota rápidamente.
Antes de la cena, el tiempo ha pasado rápido. Permanezco largos ratos en el pasillo, con la cara pagada a los cristales de la ventanilla descubriendo los paisajes que se van sucediendo ante mi mirada, me siento una espectadora privilegiada ante la inmensidad de la naturaleza. Según se eleva el caballo de hierro, pendiente abajo quedan las vías dibujando continuos zigzags como muestra de la huella que el pequeño dragón deja a su paso. En la ventana contigua, un monje bon de cabeza rapada  disfruta del mismo privilegio.
Pasado un reto necesito apartarme del gélido frío del cristal; es hora de echar un vistazo por los otros vagones.
Los siguientes al nuestro son de asientos tapizados en color azul a modo de pequeños sofás con capacidad para tres personas, enfrentados dos a dos y separados por  una mesa comunitaria.
Camino por el pasillo central, despertando la curiosidad de sus ocupantes, nuestras miradas se cruzan, recibo devoluciones de sonrisas y algún que otro “Hello how are you” La gran mayoría de los viajeros son jóvenes chinos que hacen turismo o proceden de Lhasa y regresan en periodo de vacaciones. Charlan, juegan a cartas, manipulan en el móvil; sobre una mesa, en un ordenador oculto por seis cabezas, unos jóvenes miran absortos una película; algunos dormitan.  Pocos son los tibetanos que viajan, parecen desubicados, dormitan o están en posición relajada viendo pasar el tiempo, en sus mesas no falta un termo de gran capacidad que contiene el té tibetano que consumen con mantequilla de yak y sal.
Entre todos los pasajeros, algún que otro monje budista se hace notar por el intenso colorido de su túnica.
Ya ha amanecido, el tren empieza a despertar, se escuchan  movimientos por el pasillo de los pasajeros  que guardan cola en el lavabo, buscan agua caliente para el desayuno o hablan animadamente. Por la ventana las primeras luces descubren un extraordinario paisaje: una inmensa planicie verde, interrumpida por grandes manchas de un bello azul cristalino que reciben los primeros rayos de sol, es el lago Ngönpo, nos acompaña durante un largo rato del recorrido exhibiendo su gran extensión; un lago sagrado para los tibetanos que forma parte de su historia como otros muchos lagos y montañas.
El horizonte es interrumpido por altas montañas, en ocasiones muy cercanas, que muestran en sus picos el blanco de las nieves perpetuas. Por el prado, rebaños de yaks pastan indiferentes al paso del pequeño dragón, de vez en cuando un grupo de tiendas negras hechas con lana de yak (las dra) y algún jinete en medio de la nada dan testimonio de que la zona, a 4500 m. de altitud, está habitada.
Estamos cruzando la región de Amdo. Es en este área donde moran los golok, pueblo nómada famoso por su carácter independiente y guerrero. Recuerdo un  antiguo canto golok que decía: “Nosotros, golok, nos rebelamos contra las Tierras Bajas, nos rebelamos contra China. Nosotros rechazamos las leyes del mundo chino. Nosotros hacemos nuestras propias leyes. Las leyes de las rocosas alturas del Ma, las hacemos nosotros”. Ellos, a pesar de las normativas chinas, siguen teniendo varios hijos y haciendo vida errante. Vida que gira alrededor de sus rebaños de yaks, algunas cabras, ovejas y caballos.  Del yak lo aprovechan todo, incluso los excrementos que, una vez secos, son un magnífico combustible en esta zona donde la madera es escasa. Los golok plantan las tiendas en zonas con pastos para sus animales, cuando este alimento escasea, recogen el campamento para  partir en busca de nuevos prados.
La mañana avanza cuando hago un nuevo recorrido por los vagones del tren. Durante la noche hemos parado en algunas estaciones y han subido muchos más pasajeros que, sin asiento, los voy encontrando por los pasillos o en los rellanos fumando y jugando a cartas. Son animados y ruidosos.
Entre ellos despuntan tres nativos silenciosos, dos hombres con turbante rojo modelando el peinado, de  largo pelo tranzado y rematado con una pieza decorativa de forma cilíndrica de hueso. La sonrisa de uno de ellos deja ver un diente con brillante funda de oro; en su cuello, un rústico cordón del que cuelga una gran turquesa. El otro es una  joven mujer de rostro encantador, tiene las mejillas muy rojas, quemadas por la inclemencia del tiempo, cubre su pelo largo con una pañoleta de lana a cuadros; su expresión es amigable, observa con recato mis movimientos. Son los primeros golok que veo.
En los vagones de asiento duro, el ambiente ha cambiado respecto al día anterior, hay mucho más silencio; los móviles y los ordenadores han dejado de ser su distracción, están apagados. Algunos pasajeros duermen tomando posturas incómodas, son muchos los semblantes que muestran el cansancio del largo viaje, otros reflejan el dolor que les causa el estar  afectados por el mal de altura. Las mesas están ocupadas por restos de comida y sus envases. En el ambiente una mezcla de olores a comida, a humanidad hacinada y a otras sustancias impiden respirar con normalidad… ¡Ánimo, ya queda poco!
Alrededor de las 15.30 el tren aborda la nueva estación de Lhasa. Desde la terraza del hotel veo el palacio Potala, como un gran emperador sentado en su trono,. el monte Hongsham, presidiendo el escenario de la

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