lunes, 27 de junio de 2011

ALASKA-EL FESTÍN DE LOS OSOS GRIZZLY



Todo nosotros caminamos juntos, como si de una sola persona se tratara. Nos dirigimos hacia la desembocadura de un río. Avanzamos, en silencio, por el lateral derecho; las hierbas que nos llegas hasta la cintura, a veces caídas, nos marcan los senderos por donde los osos han pasado anteriormente; estamos acercándonos al margen del río y tomamos asiento en el suelo, cerca del agua.
  Las bulliciosas gaviotas manchan de blanco la superficie del río. En el agua, los últimos salmones nadan a contracorriente y, el paisaje está salpicado de osos grizzly que se afanan en pescarlos.
  Una madre y sus dos simpáticos oseznos esperan pacientes la oportunidad de entrar en el río, cuando lo logran, la hembra demuestra su gran espíritu materno, cediendo a los pequeños parte de su captura; mientras ellos chapotean tras los salmones, fracasando en el intento. 
  Dos osos pelean distraídamente, sin percatarse de que, en breves momentos, la presencia de otro oso más corpulento convertirá en inútil el empeño que ambos están poniendo, por hacerse dueños de la mejor área de pesca.
  Osos jóvenes corren de aquí para allá, el agua los baña al golpearla. Se zambullen, con frecuencia los salmones se resbalan entre sus zarpas, salen chorreando, el juego prosigue.
  Los más longevos esperan en la orilla, mueven la cabeza de un lado a otro, aunque parecen distraídos, observando el fondo del río y, únicamente, cuando suena la alarma, se sumergen en el agua. Casi siempre, la ruleta de la fortuna está de su lado.
 
    La sensación que abrigo es impresionante, similar a las que contaba en sus grabaciones el ecologista Timothy Treadwell, el ser atormentado que huyó de una sociedad en la que no encajaba, el “Grizzly man” que convivió y filmó a los osos durante más de una década; pero sin ese punto de ofuscación que le condujo a morir entre las zarpas de uno de ellos.
 En algunos momentos del día estoy rodeada de osos pero, siempre existe una frontera invisible que nos separa. Me ignoran, solamente los más pequeños miran de vez en cuando con curiosidad y prosiguen con su juego.
 Todos mis sentidos se agudizan, el deseo de acariciarlos es contenido por la sensación de peligro, no olvido que por algún motivo su nombre biológico es horrible oso del norte. El visado para cruzar esa frontera nunca se debería conceder.
  Cuando la marea sube, nos desplazamos río arriba; poco después ellos acuden por el agua, por la orilla de enfrente; acuden por nuestra espalda, si aparecen entre las hierbas, a nuestro lado, retroceden y se alejan buscando otro camino para entrar en el río.
  Las horas han pasado rápido, el día termina y desandamos el camino hasta llegar al hidroavión.